domingo, 18 de marzo de 2007

Veiticuatro

Dies irae.

Día de la cólera; ese día reducirá el mundo a cenizas; testigos: el rey David y la Sibila ¡Cuánto terror habrá cuando el juez haya de venir a juzgar todo estrictamente! La trompeta, esparciendo un sonido admirable por los sepulcros de cada lugar reunirá a todos los hombres ante el trono. La muerte se asombrará, y también la naturaleza, cuando resucite la criatura para que responda ante su juez. Aparecerá el libro escrito en que se contiene todo y con el que se juzgará al mundo. Así, cuando el juez se siente lo escondido se mostrará y no habrá nada sin castigo. ¿Qué diré yo entonces, pobre de mí? ¿A qué protector rogaré cuando ni los justos lo tendrán seguro? Rey de terrible majestad que a los que hay que salvar salvas de grado, sálvame tú, fuente de piedad. Acuérdate, dulce Jesús de que soy la causa de tu calvario; no me pierdas en este día. Buscándome, te sentaste agotado me redimiste por la cruzno sean vanos tantos trabajos. Justo juez de venganza concédeme el regalo del perdón antes del día del juicio. Grito, como un preso; la culpa enrojece mi rostro. Perdona, señor, a este suplicante. Tú, que absolviste a Magdalena y escuchaste al buen ladrón, me diste a mí también esperanza. Mis plegarias no son dignas, pero tú, al ser bueno, actúa con bondad para que no arda en el fuego eterno. Colócame entre tus rebaños y sepárame de los machos cabríos situándome a tu derecha. Tras confundir a los malditos arrojados a las llamas voraces hazme llamar entre los benditos. Te lo ruego, suplicante y de rodillas, el corazón acongojado, casi hecho cenizas: hazte cargo de mi destino. Día de lágrimas será el día en que resucitará, del polvo para el jucio, el hombre culpable. E ese, pues, perdónalo, oh Dios. Señor de dulzura, Jesús, concédeles su reposo. Amén.

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