miércoles, 14 de marzo de 2007

Veintiuno

Intempesta nocte.

Como indica, bien entrada la noche, a oscuras, a solas conmigo, tú conmigo, últimamente siempre juntos, y sin embargo ya no se ni que decirte ni que pedirte para que me ayudes. La ayuda sale de la boca de mi otro yo que exhausto, como yo mismo, vaticina que no puede darme más porque está cansado. Estamos cansados de luchar día a día, de que cuando consigues la meta pequeña que te has puesto para poder sobrellevar el día, aparece otra más grande que te cierra toda la visión del horizonte. Estamos cansados de quedarnos solos en el trabajo mientras muchos hablan y hablan y recogen los laudes...y la verdad es que los laudes es lo que menos me importa, pero sí me molesta escuchar ciertas cosas...
Era hora intempesta anoche cuando en tu cielo de estrellas, en tu casa, en tu tienda, tu sirviente estaba más ocuro que nunca, cuando las nubes ocupaban su interior y cuando ni el aire del desierto, frío, sopla lo suficiente fuerte como para despejar las dudas. ¿Por qué las cosas de noche son mucho más exageradas que de día?
Tendré que dejar de pedirte, sí, quizá sea eso, quizá tenga que dar más gracias por esas dos estrellas que vienen de un cielo azul intenso y que tanto están pensando en ti.

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