viernes, 30 de marzo de 2007

Treinta y siete

"Él te condujo por el desierto, y en esa tierra seca y sin agua ha hecho brotar para ti un manantial de agua de la roca dura" (Dt 8,15).

El desierto te expone, en desnudez total, ante el misterio de Dios que envuelve. Nada ni nadie podrá interferir tu encuentro, "lo verás cara a cara, y llevarás su nombre en tu frente" (Ap 22,4). Sé consciente de que el lenguaje del Amor te es revelado como don del Espíritu que te capacita para entenderlo y vivirlo. Ees el lugar del despojo del propio yo. La inmensa aridez que te rodeará, hará desaparecer de ti todas aquellas cosas que no son imprescindibles en tu vida. Desnudará tu alma, y te despojará de todo, incluso de lo que consideras como más amado.Te acercará al encuentro con Dios, porque la vaciedad en la que vivirás, te hará plenamente disponible para Él, postrado ante el misterio insondable de su voluntad.
En el desierto la oración se simplifica mucho: descubres que orar es ser simplemente tú, ante Él. Porque nada ni nadie te condiciona, te limitarás a estar, en la transparencia de tu realidad ante Dios, al que buscas porque lo añoras, con un amor cada vez más fuerte. Y aprendes a vivir con un amor confiado, abandonado, en medio del desierto, y sumergido en el mar del Amor... consumido por su agua.
El Pueblo de Israel caminó por el desierto durante cuarenta años. Moisés vivió en él antes de acoger la misión que Dios le quería confiar.
Jesús fue al desierto para enfrentarse a los cuarenta días de tentación y de prueba, en los que se preparó para la predicación del Reino, después de haber vivido en la plena voluntad del Padre que lo había enviado al mundo, para ser Palabra visible y cercana del Amor Salvador de Dios.

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