sábado, 16 de febrero de 2008

Jehovah Yireh, Yehova proveerá


“Entonces alzó Abraham sus ojos, y miró, y he aquí un carnero á sus espaldas trabado en un zarzal por sus cuernos: y fue Abraham, y tomó el carnero, y ofrecióle en holocausto en lugar de su hijo. Y llamó
Abraham el nombre de aquel lugar, Jehová proveerá. Por tanto se dice hoy: En el monte de Jehová será provisto.
Gn. 22:13-14 Fl. 4:19

Aceptar los designios divinos, por dolorosos que éstos sean, constituye la prueba moral más alta en la relación del hombre con el Creador. La obediencia es un tema central de la religiosidad judeocristiana. Sólo los personajes fundamentales de ambas religiones se han visto sometidos a esta prueba de valor y de amor incondicional a Dios: Abraham, en el caso judío y Jesús, en el cristiano.
El sacrificio de Isaac a manos de su propio padre es uno de los mitos hebreos más relevantes en la religión judía. Su radical importancia reside en la fe ciega con que Abraham acata hasta el último instante la orden recibida por Yahveh y que tiene además un paralelismo directo con la Pasión de Jesús.
El elemento esencial de esta prueba radica en que se trata de un sacrificio que se plantea para ser aceptado, de ninguna manera impuesto. El hombre, representado por Abraham o Jesús, es quien lo acepta, quien pone por delante su voluntad para llevar a cabo el sacrificio que Dios ha pedido. Esto sólo es posible con fe, o sea confianza. La confianza se funda en el amor, no en el temor. De ahí el fuerte carácter moral de estos dos mitos.

Abraham e Isaac
Abraham es el primer gran patriarca del pueblo judío. Fue con él con quien Dios estableció su alianza, una alianza que fue señalada de dos maneras: la circuncisión para él y sus descendientes y el cambio de nombre de Abram a Abraham (padre de muchas naciones) y de Saray –esposa de Abraham– a Sara (princesa) (Génesis 17).
Dios ofreció a Abraham, primero, la tierra prometida; segundo, una descendencia que representa prácticamente a toda la humanidad, “tal que si alguien puede contar el polvo de la tierra, también podrá contar tu descendencia” (Génesis 13, 16); y tercero, ser aquél a través de quien serían benditos todos los linajes de la tierra (Génesis 12, 2-3).
El primer motivo de sorpresa y desconcierto en este mito se debe tanto a su contenido como al carácter de quien lo formula. Narra el Génesis que Dios tentó a Abraham formulándole la siguiente petición: Toma a tu hijo, a tu único, al que amas, a Isaac, vete al país de Moria y ofrécele allí en holocausto.
¿Sacrificar a un hijo, al hijo primogénito y único? ¿Sacrificar al hijo que había sido largamente esperado en vano hasta el momento de perder toda esperanza cuando Sara y su marido se volvieron ancianos? ¿Sacrificar al hijo que fue fruto de una promesa directa de Dios cuando ambos padres ya eran infértiles?
La primera vez que Dios prometió a Abraham un hijo de Sara, éste rió. No lo creía. Lo mismo le ocurrió a su mujer. Yahveh se presentó con dos hombres a la puerta de la tienda de Abraham, quien les ofreció agua para lavarse los pies, alimento y bebida. Antes de marcharse, prometió al matrimonio un descendiente. Al escuchar esto, Sara rió también. Yahveh la escuchó, la cuestionó por ello y reiteró su promesa: tendrían un hijo.
Cien años contaba Abraham cuando Isaac nació. Sara dijo: “Dios me ha dado de qué reír, todo el que lo oiga se reirá conmigo” (Gen 21, 6). Para tan grande alegría, un nombre de alegría infinita: Isaac significa “Sonría Dios”.
Es posible concebir que existiesen hombres y culturas dispuestos a sacrificar a sus hijos primogénitos con el fin de agradar a Dios. Lo hizo Agamemnón con Ifigenia para obtener el beneplácito de los dioses en su afán de conquistar Troya. Sin embargo, hay una gran distancia entre eso y concebir que sea Dios mismo quien solicite un sacrificio de esta índole.
No obstante lo anterior, a pesar de que Dios había hecho una promesa y una alianza sin precedente con él, Abraham asumió la solicitud y, sin manifestar emoción alguna, simplemente “aparejó su asno y tomó consigo dos mozos y a su hijo Isaac. Partió la leña del holocausto y se puso en marcha hacia el lugar que le había dicho Dios” (Gen. 22, 3).
Abraham amarra a Isaac sobre el altar y toma el cuchillo para inmolarlo. Si bien las manos no dudan un instante en la ejecución del sacrificio, es posible imaginar su perturbación durante estos segundos. Es entonces que el ángel de Yahveh aparece y le pide detenerse. “Ahora ya sé que tú eres temeroso de Dios, ya que no me has negado tu hijo, tu único”.
¿Por qué no hay asomo de duda en los actos de Abraham? La única respuesta posible es que confía desde el principio en que se trata de una prueba de fe mas no de un verdadero sacrificio. Suponemos que nunca deja de creer que Dios es incapaz de sostener una petición inmoral. Esta interpretación se basa en el pasaje en el que Isaac pregunta a su padre: “Aquí está el fuego y la leña, pero ¿dónde está el cordero para el holocausto?” a lo que Abraham contesta: “Dios proveerá el cordero para el holocausto, hijo mío” (Gen. 22, 8).
Esta respuesta admite dos sentidos. Abraham no refuta lo que todos esperamos: que el cordero es Isaac mismo, pero tampoco niega que el desenlace pueda ser distinto, como en efecto ocurre. Luego que el Ángel ha transmitido a Abraham el mensaje divino, éste alza los ojos y se percata de un carnero trabado por los cuernos en un zarzal, se dirige a él y lo sacrifica en lugar de su hijo por lo que bautiza el lugar del holocausto como Yahveh Yireh, “Yahveh provee”.
Obediencia ciega a Dios, pues Dios provee. Obediencia como la de Abraham, quien no dudó nunca de Yahveh, ni siquiera cuando le pidió que sacrificara a su propio hijo. Y la obediencia de Abraham sólo se sostiene si creyó hasta el último instante en la sabiduría de Dios a pesar de que lo que le pidió acatar era inadmisible.
Según el midrashim –libro de interpretaciones sobre el texto bíblico– Sefer ha-Yashar, Abraham es tentado por Samael, el ángel caído, en su ascenso al monte. Disfrazado como un anciano humilde, le dice: “¿cómo puede provenir de un Dios de misericordia y justicia la orden de matar al hijo de tu ancianidad? ¡Te han engañado!” Abraham lo ahuyenta. Esta adición al texto bíblico sólo expone más gráficamente su fe en la justicia y la bondad de Dios.
Pero la obediencia y la fe no fueron méritos únicos del recién estrenado patriarca, pues Isaac ya era un niño capaz de razonar y de elegir, un ser consciente que se encuentra en la misma situación que su padre frente a Dios. Encontramos un relato bello y original de esta particularidad del mito hebreo en dos de las cuatro estrofas de una canción de Leonard Cohen, Story of Isaac (1967), en que se narra el episodio desde el punto de vista del niño.
[1][11]

Se abrió la puerta lentamente,
entró mi padre:
yo tenía nueve años.
Y se mantuvo erguido, tan alto sobre mí,
brillando sus ojos azules
y era muy fría su voz.
Dijo “he tenido una visión
y sabes que soy fuerte y devoto,
debo hacer como se me ha pedido”.
Así que escalamos la montaña;
yo corría, él caminaba,
y su hacha era de oro.

Los árboles se hicieron más pequeños,
como espejo de una doncella el lago,
cuando nos detuvimos a beber algo de vino.
Entonces arrojó la botella,
la escuché romperse un minuto después,
y puso su mano en la mía.
Me pareció ver un águila
aunque pudo ser un buitre,
nunca lo supe con certeza.
Entonces mi padre construyó un altar,
miró una vez por encima de su hombro,
sabía que yo no me iba a esconder.

La renuncia a huir se encuentra también en el Sefer ha-Yashar: “¡Hijo desdichado de madre desdichada! ¿Fue para esto para lo que ella esperó tu nacimiento durante tanto tiempo y con tanta paciencia? ¿Por qué ha de sacrificarte tu padre sin motivo? ¡Huye mientras aún estés a tiempo!” Luego que su padre ahuyenta de nuevo a Samael, Isaac acepta su muerte voluntariamente y responde: “¡Bendito sea el Dios vivo que me ha elegido hoy para ser ofrecido en Holocausto ante Él!”


Mi Dios es grande, mi Dios provee, hoy sólo puedo dar gracias y seguir aceptando su voluntad y forma de hacer las cosas para seguir haciendo este camino, aunque muchas veces no vea cercano a mi el carnero para el holocausto.

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