miércoles, 6 de febrero de 2008

Abba

40 formas de llamarte no son nada, ni ninguno de ellos recoge todo tu Ser. Por eso quizá tienes tantos y te nombran de tan diversas maneras. El más simple es con el que comienzo este paseo entre el jardín de tus nombres.

...Abba..אבבא

Los hebreos, en el siglo I, utilizaban tres lenguas. En el culto del Templo empleaban el hebreo; en las tareas administrativas y oficiales se valían del griego; en la vida familiar, con los amigos, y en la oración personal, usaban el arameo.
Los evangelios, como documentos cualificados, se redactaron en griego; pero algunas palabras de Jesús permanecieron en arameo entre ellas la forma “Abba, padre mío querido (Mc 14, 36),
Joachim Jeremias, uno de los biblistas más importantes del siglo XX, investigó el sentido de los términos arameos y hebreos del evangelio, especialmente la voz “abba”.
La palabra aramea “abba” fue, originalmente (II aC.), un término del lenguaje infantil: significaba “papá”. En la época del Nuevo Testamento (I dC.), el uso no se limitaba al habla de los niños, también la utilizaban los jóvenes y adultos para dirigirse a su padre, cuando la relación era muy entrañable. La mejor traducción es “padre mío querido”. La voz “abba” denota que la relación padre-hijo reposa en la confianza, el respeto, el cuidado, la responsabilidad, el cariño, y el conocimiento: el hijo está sostenido en la buenas manos del padre, sabe que el padre nunca le abandonará sino que le cuidará con amor.
La religión judía del siglo I, raramente, se dirigía a Dios como Padre. En cambio Jesús, al comunicarse con Dios, le llama Padre (Lc 10, 21); y matiza el significado de Padre con la denominación “abba, padre mío querido” (Mc 14, 36): el Padre no es alguien distante, sino Quien sostiene con ternura la vida de Jesús y la alienta con su misericordia. Jesús proclama que Dios es nuestro Padre (Mt 5, 45): el “abba” que especialmente cuida de nosotros.


Hoy me quedo con la reflexión de esa relación padre-hijo basada en la confianza, en el respeto, en el cariño y en la responsabilidad. Por ambas partes. Y hoy te doy más gracias que nunca por ese padre terrenal que me pusiste, no dudo que me sostengan buenas manos, fuertes y amorosas, pero a veces ¡Cómo duelen esas manos!.

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